Tiempo, vida y muerte: una triada que va de la mano

Ilustración por Sam Chivers

| Por Antrop. Mireia Viladevall |

Para el Grupo Terapia Narrativa Coyoacán, la mirada de Decir Hola de Nuevo tiene un significado especial durante el mes de noviembre debido a que se conecta con nuestro contexto mexicano y el Día de Muertos. Este texto habla de las ideas que hay detrás de esta mirada, retomando la perspectiva antropológica.

Para las culturas hay diferentes maneras de ver la muerte. Muy a grosso modo podríamos englobar los distintos significados que existen en dos grandes grupos. Éstos a su vez tienen que ver con el sentido que las culturas le dan al tiempo. Este concepto inventado por los seres humanos se concibe (básicamente) como: lineal o cíclico.

El tiempo pensado de manera cíclica implica repetición. Implica retorno. Luego del invierno siempre viene la primavera y luego de la primavera el verano, el otoño y otra vez el invierno. Por ello, muchos autores hablan de cómo este sentido cíclico del tiempo es típico de las sociedades premodernas (preindustriales y básicamente rurales). El tiempo cíclico es el tiempo del que nos hablan nos mitos.

Por su parte, la modernidad introduce otro significado, o esquema del tiempo: el lineal.  Bajo esta concepción el tiempo transcurre inexorablemente hacia un final y no hay retorno posible o repetición. Hay una línea con dos extremos: el principio y el fin.

Dentro del esquema lineal del tiempo, la muerte se concibe como un final del tiempo. Es algo absoluto: un corte seco y limpio donde ya no hay más. Es un adiós que no admite más diálogo porque al interlocutor se le ha acabado el tiempo ya no hay más.

Bajo ésta lógica, las ideas de: dejar ir, soltar, son básicas para poder asumir que la persona que murió nunca más estará viva, y por ende nunca más estará entre nosotros. El vínculo que tejimos con ella ya no existe más de ningún modo.  En este sentido, bien puede afirmarse que la premisa moderna de la absolutez de lo material niega la existencia de lo que no es material. Este principio moderno es hijo de la idea moderna de que la verdad nace de la comprobación.

En cambio, si tenemos una idea del tiempo cíclica la muerte no es un fin absoluto y abrupto, es una etapa más del proceso de vida. No es el final de la vida en sí.

La tradición del altar de muertos se enraíza en una cultura donde la idea del tiempo es cíclica, es decir: vida y muerte son partes de un todo, que transcurre en un tiempo que también es cíclico.

Así pues, hablar del altar de muertos es referirnos a una expresión de una concepción diferente de la vida y la muerte. No sólo naces, vives y te mueres; si no que naces, vives y pasas a la siguiente etapa: la muerte. Tu dejas de existir en forma material, deja de existir tu cuerpo, pero de alguna manera sigues existiendo porque sigues siendo parte de esta familia y esta comunidad y todos reconocemos tu legado, tu herencia. Eres parte de nosotros, así como nosotros somos parte tuya. Seguimos ligados. Somos porque fuiste. Y reconocemos lo que nos dejaste como comunidad, como familia, como individuo.

Una vez al año pongo un altar para honrarte, RE-CORDARTE y re- CORDARME (me vuelvo a atar en la cordada donde tú estás y a la cual pertenezco). Con el altar de muertos: recuerdo y honro quien fue, lo que fue y lo que nos dejó y enseñó; reafirmo mi lazo y a la vez reafirmo tu lazo con nosotros.

Y si de un altar de primer año se trata, haré una fiesta para recordarle a todos que tú sigues siendo parte de mí, de nosotros: sigues vivo en y con nosotros. Así, quien participe en la fiesta será testigo de este lazo, de este vínculo; tal y como los invitados a una boda se convierten en testigos de esa unión.

Por ello creo adecuado hablar de día de muertos, de altar de muertos y NO de fiesta de día de muertos porque NO ES UNA FIESTA, es un rito social que reafirma vínculos vivenciales, espirituales (en el sentido de esenciales) e indentidarios muy profundos.

La esencia del altar es: HONRAR al difunto, su memoria, su legado, a la vez que honro mis raíces, mi identidad, mi pertenencia (no estoy solo, pertenezco a un grupo mucho mayor que está ligado a través el tiempo y del cual soy producto).

A muchas personas en sociedades modernas no les hace sentido pensar a la muerte como el fin abismal que lleva (o tiende a llevarnos) a la nada. Esta idea de final sin retorno genera mucha ansiedad y mucho sufrimiento. White y Epston detectaron como éste significado de la muerte (nacido de la idea lineal del tiempo) no era de mucha utilidad –para algunas personas- para trabajar sus duelos. Sabiamente recuperaron los viejos saberes que las personas han heredado, o han visto y compartido.

Además, revisaron distintos rituales luctuosos y se dieron cuenta que contenían las dos ideas arriba mencionadas: la idea de pertenencia y de legado que nos construye: nos marca y nos hace reconociendo, así, la importancia que ellas tienen para romper con el aislamiento que el dolor de la pérdida de un ser querido nos provoca.

De la misma manera, Cuqui Toledo y Mónica Duarte han sabido recuperar la oportunidad que nos brinda la tradición de Altar de Muerto -tan extendida en nuestro país- para poner en marcha, la vivencia de la muerte de un ser querido honrando: el vínculo que juntos construimos, y el cual no desaparece con la ausencia, sino que más bien se transforma; y por el otro, el legado que nos dejan nuestros seres queridos y que – de alguna manera- me han convertido en lo que hoy soy.

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