PRESENTACION DEL LIBRO ‘Prácticas de Terapia Narrativa para Niños y sus Familias’

 Por Jorge Pérez Alarcón * |

Como una colaboración especial, el Maestro Jorge Pérez Alarcón nos comparte el texto con el que presentó el libro Prácticas Narrativas para Niños y sus Familias, editado por Tomoko Yashiro y Gloria Licea, el pasado 21 de septiembre en la Universidad de las Américas Ciudad de México. 

Antes de iniciar con mis comentarios, quisiera agradecer a Gloria y a Tomoko el honor que me dieron de presentar su libro –Prácticas de terapia narrativa para niños y sus familias-, así como reconocer el trabajo de cada uno de los autores. Me imaginé que este material es, de alguna forma, un valioso ejercicio conversacional alrededor de una idea, en el que se comparte un quehacer lleno de experiencias, conceptos y resultados de trabajo. Pensé en una especie de mesa redonda, donde los autores atravesados por unas cuantas premisas comparten su práctica.

Al escribir estas notas me preguntaba sobre las ideas que generaron este libro.  Quizá una de ellas se manifiesta en el comentario de Nacho Maldonado sobre la importancia de dar un lugar en la terapia familiar al niño, y me atrevo a decirlo, al sujeto, colocándolo más allá de una función dentro de intrincados sistemas de interacción. O tal vez inicia al retomarse la idea de niño-sujeto que trasciende las múltiples lecturas derivadas de la lógica del poder e instauradas en múltiples categorías y clasificaciones, frecuentemente generadoras de procesos patologizantes. O tal vez el punto de partida es la propuesta de pensar las prácticas terapéuticas en el mundo de los saberes, los juegos y la imaginación.

Recorriendo los catorce artículos divididos en cuatro temáticas, pensaba en la forma en que cada una de las prácticas que los autores describen es atravesada por una premisa fundamental: “el problema es el problema”, sustituyendo la tradicional argumentación que define al niño como el problema. En términos mas sencillos, “el mounstro es el mounstro”, en vez de el niño es el mounstro. Y en todas ellas un trabajo insistente de los autores por externalizar demonios, miedos, fantasmas, ideas, creencias, experiencias que constantemente amenazan con apropiarse de la identidad y la vida de las personas. Niños integrantes de una sociedad atrapada en autoritarios sistemas de creencias, encarnados en la cotidianeidad de sus vidas familiares y escolares.

Poco a poco estamos girando a otros lugares en los trabajos terapéuticos, o por lo menos eso espero. Las conversaciones externalizantes, los lenguajes que construyen realidades, las narrativas que posibilitan otras formas de pensar y pensarse dan lugar a un mundo de colaboradores en la lucha contra los problemas. El texto está lleno de ellos.

Terapeutas que no son superhéroes, pero que si pueden aliarse con ellos y con cualquier otro tipo de personaje proveniente de cualquier realidad, con la condición de que esté dispuesto a enfrentar fantasmas que asustan, y que en la realidad construida por el lenguaje, refieren a la búsqueda de posibilidades en un mundo diverso. Y todo bajo la óptica de incorporar remebranzas y recuerdos para re-encontrarse ¿Hay acaso una mejor forma de evitar la alienación?

Y si hay un mundo de personajes del más allá y del más acá que están dispuestos a ayudar a los terapeutas, también los padres pueden ser incluidos, pero no desde una visión culpabilizadora. No son los padres malos que pasan a buenos y rescatan al niño de su condición de paciente, o terapeutas que se dedican a invalidar la capacidad de los padres a través de una lista de juicios y evaluaciones sobre lo que les falta para hacer niños sanos y felices, sino un equipo de niños y padres, terapeutas y voluntarios que enfrentan problemas que amenazan con apropiarse de ellos. Desde el inicio del texto Gloria nos invita a dar a los padres, posibilidades de definir y pensar en su hijo más allá de definiciones y explicaciones centradas en el problema. Recuerdo a Madigan invitando a los padres a estar en desacuerdo con la definición otorgada a los hijos en una experiencia institucional, o a White ayudándonos a pensar en la necesidad de alejamiento de los marcos del fracaso personal, que constantemente arruinan la vida de los niños y sus familias.

La re- autoría, enfatizada en el artículo de Tomoko, el recuerdo del quién eres y del cómo se han enfrentado los problemas, abre la puerta a pensar en la recuperación de si mismo, de la agencia personal. Esto, en la práctica, se vuelve político, o micropolítico, diría M. Pakman, dando lugar a las formas de resistirse al reclutamiento de la identidad desde el mundo de las creencias y construcciones sociales que se han vuelto oficiales.

Murales, testigos y colectividades aparecen entonces como recursos que van más allá de la técnica, Mónica y Maribel nos recuerdan que los problemas no sobrevivirán ante un grupo, conformado como una colectividad colaborativa, y que bien vale la pena dar la bienvenida a nuevas definiciones del sí mismo a través de festejos, reconocimientos y ceremonias. ¿Y si el enojo no cede, y si el miedo no se deja? Pues a darle forma al enojo para llegar a un acuerdo con él, diría Alejandra, o a paralizar el miedo, diría Jorge, a través del invaluable recurso de la deconstrucción.

Y entre todo esto se agradece el recordatorio de Verónica insistiendo en que las problemáticas son de una gran complejidad, y que en ellas contribuyen una multiplicidad de factores. Olvidar esto hace de la terapia una práctica peligrosa, iatrogénica.

Y luego el texto nos habla del enfrentamiento de la muerte, del abuso en sus múltiples versiones, de problemas con la alimentación, de la violencia. Los trabajos de Diana, Marina, Celia, Pilar y Jazmín nos ofrecen conversaciones, protocolos y técnicas de intervención muy valiosas. Pero, sobre todo, nos dejan clara la importancia de una identidad no definida por la violencia, por la pérdida, por la enfermedad o por la desesperanza. En cierta forma, son trabajos contra la impotencia.

Y en la cotidianidad de las escuelas, aparecen las ligas anti bulling de las que nos habla Cuqui Toledo, las ligas de la Justicia con todo y su helado de nuez de Itzel, o la posibilidad de colaborar con el niño que tiene problemas de comportamiento que nos cuentan Constanza y Felipe.

En esto radica el texto… Qué tal si el problema abre las puertas a colaborar con el que lo padece, con el que día a día se enfrenta con él, con el que es estigmatizado por el mismo.

Pensando en la evolución de la terapia, en su cercanía con los mundos de lenguaje que abren posibilidades y no sólo representan algo oculto o algo que tiene que ser restringido, me preguntaba sobre los desafíos que esto implica en la persona de los terapeutas. Qué estará pasando con estos terapeutas que han decidido mirarse como parte del equipo que se enfrenta al problema, que han elegido pensar a los padres más allá de la tradicional definición de seres deficitarios que no pusieron límites, que han decidido no esconderse en categorías inmovilizadoras para pensar en el niño . Me gustaría reunir a todos los niños de este libro y pedirles que escriban un libro sobre sus terapeutas.

En resumen, todas y cada una de las técnicas se derivan de una premisa: el niño no es un sinónimo de problema. Sin embargo, hay que tener cuidado, porque éstos, los problemas, andan por ahí rondando, avalados por una cultura, y en cualquier descuido, como los mounstros de la noche: se pescan del niño, de sus papás y de sus maestros, y los tratan de convencer de lo mal que están.

Gracias a los autores por la sencillez y la profundidad del texto. Me alegra haber podido decir unas cuantas palabras de reconocimiento a su trabajo.

* Psicólogo, terapeuta familiar, maestro y supervisor del Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia, profesor titular Universidad Autónoma Metropolitana Xochimilco.     jpa_consultorio@yahoo.com.mx

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