CARTA A LA DEMENCIA

| Por Ana Paula Cirerol |

Ana Paula Cirerol es ex-alumna del Diplomado en Terapia Narrativa en línea. En su trabajo final, una carta que ella le escribe a la demencia de su abuelo, nos lleva a atestiguar lo que sucede cuando nos permitimos mirar historias alternativas al problema.

La demencia en personas de nuestra familia, nos puede hacer sentir que nos arrebataron a nuestros seres queridos, que se apoderó de ellos(as) y que no podremos volver a verles como antes. Durante el diplomado de Terapia Narrativa, aprendí que, sin darnos cuenta, este tipo de padecimientos o “enfermedades”, incluso pueden llegar a dominar nuestras narrativas, es decir, las historias que nos contamos a nosotros(as) mismos sobre los demás y sobre nosotros(as) mismos.

Al escribirle una carta a la demencia, descubrí que, en realidad, esa narrativa no tiene tanto peso, o no es tan grande como los momentos de cariño y alegría que paso con mi abuelo. Hay momentos, incluso divertidos, que son más grandes que cuando la demencia le hace olvidar ciertos recuerdos, y que estos “olvidos” no necesariamente son angustiantes. Escribí la carta porque pude reafirmar que el amor que hay entre mi abuelo y yo es más grande que cualquier adversidad y porque decidí que ya no quiero estar constantemente peleándome con la demencia, quiero que nos reconciliemos. Que aprendamos a vivir juntos bajo acuerdos establecidos que nos favorezcan a todos(as).

 

Espero que, al leer mi carta, encuentres un espacio para desahogar, pero sobretodo, para encontrar estas historias alternativas que a veces dejamos olvidadas en algún rincón, pero que, al invitarlas a estar más presentes, pueden hacer una gran diferencia.

 


Y llegó el día en que llegaste a nuestra familia, decidiste situarte, especialmente, en el cuerpo de mi abuelo. La verdad es que nadie te esperaba. Incluso, te puedo decir que ni siquiera estabas invitada a entrar a nuestras casas. Los primeros días, nos costó trabajo aceptarte ¡No podíamos creer cómo habías logrado entrar por mi abuelo! Él, siempre tan movido, le encantaba ir por la ciudad en metro, de un lugar a otro, vendiendo sus membresías; tan sociable, pues todos sus clientes y amigos se llevaban una sonrisa después de verlo; tan deportista. Antes de que llegaras, déjame contarte que mi abuelo jugaba tennis. Era un deporte que le apasionaba y más aún, jugarlo con su hijo y con sus nietos. No le gustaba perder, por lo que lo daba todo en la cancha. En fin, no te conocíamos muy bien. Tus juegos nos hacían dudar de que en realidad estuvieras presente. Ya que te gustaba un día hacer que mi abuelo no recordara cómo prender la televisión y al otro sí, o le hacías olvidar algunos nombres y que al día siguiente los recordara sin ninguna dificultad.

 

Al principio, te pusieron el nombre de “Esquizofrenia”, pues llegabas a hablarle al oído sin aparecerte visualmente. Pero, después de analizarte un poco más, descubrimos que no te llamabas así, podrías llamarte “Alzheimer”, ese nombre era el que más me daba miedo. No sabía mucho de ti y me asustaba lo que podías llegar a hacerle. Después, nos aseguraron que te llamabas “Demencia vascular”. En cuanto nos lo dijeron, mi hermano y yo comenzamos a investigar mucho sobre ti. Descubrimos que no solo te gusta estar en el cuerpo de mi abuelo, también te gusta estar en el de muchos otros abuelitos y abuelitas. Y que te gusta aplicar los mismos juegos. Te gusta jugar, especialmente, con su memoria.

A veces, borras algunos nombres y también muchos recuerdos que pasé con él en mi infancia. Te voy a ser sincera, eso es lo que más me ha enojado y me ha dolido de que estés aquí.

También, te entrometes en su vida en pareja. ¿Por qué te gusta borrarle de su memoria las canciones que solía cantarle a mi abuela?, ¿por qué unos días le haces depender mucho más de ella que otros días? Te aseguro que a mi abuela tampoco la tienes muy contenta. Y hay días en los que la agotas. Disfrutas mantenerlo despierto por las noches, divagando. Espero que nos devuelvas el sueño que nos quitaste por muchas noches.

 

Aprendimos sobre ti, a qué venías y de qué forma, y sentíamos que ya te conocíamos totalmente. Sin embargo, siempre nos salías con una nueva táctica. Un día, llegaste en forma de convulsiones, creo que tu juego se te salió un poco de control, pues mi abuelo sufrió varias caídas muy fuertes. Nos hiciste creer que ya no lo veríamos más en este plano físico. Afortunadamente, aprendiste a no jugar de esa manera y con la fuerza física y mental de mi abuelo, pudo salir adelante.

 

Aunque también, sé que no te apareces todos los días. Lo sé, cuando vemos las fotos de su boda y me cuenta lo que sucedió en el momento exacto que tomaron la fotografía. Lo sé, cuando llego por las mañanas a desayunar y me saluda con un: “¡Hola, Ana Pau!” Y también lo sé, cuando le pongo las canciones que solía escuchar y las canta.

 

Pero también te tengo que decir que no todo ha sido triste con tu presencia. Nos has hecho reír en muchas ocasiones.

Como cuando le hiciste creer que su hijo era su papá, o que se había ganado la lotería, y el, como siempre pensando en nosotros, quería comprarnos mucha ropa y llevarnos de viaje. También, lograste que se abriera conmigo y que me contara cosas que anteriormente no me contaba. Lograste que se sensibilizara, por ejemplo, con los perros. Disfruto mucho verlo acariciar y abrazar a mi cachorrita. También, lograste que llorara frente a nosotros. Antes de tu llegada, nunca lo había visto llorar.

 

Nos ha costado mucho adaptarnos a tu presencia. Hay días en donde me puedo llevar muy bien contigo, y hay días en donde aún me da miedo hasta donde puedas llegar. Como familia, hemos logrado aceptarte poco a poco. Conocemos ya muchas de tus estrategias y de qué formas te haces notar.

Finalmente, aunque no lo creas, quiero agradecerte. Porque gracias a tu llegada, ya no vi a mi abuelo como el más grande o el más fuerte, sino lo vi más humano. Como humano que también se siente triste y llora, que también pasa por situaciones difíciles y que también puede expresar amor y cariño. Y también gracias, porque mi familia se ha unido mucho más y porque aprendimos a valorar y a apreciar la vida. Sé que llegaste para quedarte, así que mi intención no es echarte de nuestro hogar, sino reconciliarme contigo.

 

Sinceramente,

Ana Paula Cirerol

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