NUESTRAS EXPERIENCIAS ACOMPAÑANDO A MUJERES QUE VIVEN VIOLENCIA

| Documento colectivo (edición: Erika Valtierra) |

 

Como testimonio en este 8 de marzo de 2021, invitamos a Ana Cecilia Ortega, Gisela Preciado y Erika Valtierra (actualmente alumnas del Diplomado en prácticas narrativas con enfoque en la prevención y atención de violencia de género) a compartir su experiencia como mujeres en su trabajo de acompañamiento a mujeres de Chiapas en sus caminos de resistencia ante la violencia.

Chiapas es conocido por diversas cosas, entre las que destacan sus hermosos paisajes (resultado de una gran diversidad de ecosistemas) y sus cadenas montañosas; ser el corazón de la lucha y resistencia zapatistas, y una situación económica, social y política específicas: de acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), 76.4% de la población chiapaneca vive en situación de pobreza[1]; asimismo, aproximadamente la mitad de sus habitantes se encuentra en zonas rurales[2].

Llevamos más de un año trabajando en las regiones Fraylesca y Sierra del estado, en una organización llamada Compañeros En Salud (CES; la hermana mexicana de la organización internacional Partners In Health), donde somos parte del equipo de Salud Mental. Entre nuestras actividades como psicólogas, brindamos acompañamiento a mujeres que vivieron o están viviendo situaciones de violencia de distintos tipos.

En el tiempo que llevamos trabajando juntas, nos hemos vuelto compañeras no solo de estudios, sino también de luchas. Como parte de las actividades virtuales que se harán en este 8M pandémico, hemos decidido compartir la manera en que las historias de estas mujeres nos atraviesan y nos permiten movernos a otros lugares desde lo profesional, lo personal y lo político.

 

 

Chiapas, México; 8 de marzo de 2021.

En nuestro trabajo acompañando a mujeres que viven violencia, varias cosas nos llaman la atención. La primera de ellas es el dolor colectivo que viven: el no haberse visto como alguien más allá de la mamá o la esposa; el ser sobrevivientes de distintas violencias desde temprana edad. Al mismo tiempo, nos llaman la atención sus creativas formas de resistencia, pues ellas nunca han estado de acuerdo con ningún tipo de maltrato y, poco a poco, se han ido encontrando como hijas, hermanas, amigas; como personas; como mujeres. Sus maneras de resistir se han ampliado para saberse valiosas por el hecho de existir y no solo por casarse con un hombre; por saberse dueñas de su vida y poder elegir cómo y con quién hacerla.

Al pensar en estas resistencias, a una de nosotras le viene automáticamente la imagen de una de sus consultantes en distintos momentos: bloqueando la puerta de su cuarto para evitar que abusaran sexualmente de ella; hablando con una amiga suya, para darse cuenta que no está sola y que lo que ellas vivieron es parte de un fenómeno social; de ella diciendo: “No tengo la culpa de lo que me sucedió”, acompañado de un enojo que le brindaba “unas ganas como de hacer algo” para que las mujeres de su comunidad se sintieran más seguras. A otra, le viene la imagen de sus consultantes sonriendo a lo lejos, muy lejos. Son la imagen de un árbol talado que retoña: aún tienen la vida.

Pensamos también, a raíz de esto, en lo que pudiera ser importante en la vida de estas mujeres: libertad y justicia; seguridad y cuidado; cariño y sororidad; autonomía.

Nos quedamos pensando en cómo esto se teje con vivencias más cercanas a nuestras vidas. Pensamos en nuestras madres, hermanas, abuelas, tías; pensamos en nosotras también. Nos damos cuenta del privilegio que es poder descubrir otras formas de vivirnos sin que nuestra valoración dependa de un hombre, conscientes de las tantas mujeres que murieron sin poder conocer otras versiones de sí mismas.

Recordamos también nuestras propias experiencias de violencia: esas ocasiones en que pensamos que la culpa era nuestra; que había “algo mal” en nosotras; que lo que hicimos no fue suficiente. Y ahora podemos observar que sí, que nuestras formas de resistir han sido más que suficiente: no somos débiles, no somos pasivas, no estamos solas.

Las historias de estas mujeres nos han movido a la acción desde lo personal, lo académico, lo profesional. Para algunas, ha sido una puerta para abrazar a mujeres importantes en nuestras vidas, como nuestra mamá o nuestra abuela; para reconocerlas desde otros lados más allá de sus roles de cuidado. Nos ha permitido también disfrutar de las relaciones que construimos con otras mujeres: la colectividad tiene un gran potencial creativo; nuestros afectos son generadores de conocimiento; el aprendizaje no solo se obtiene desde lo cognitivo y eso nos permite aprender unas de las otras constantemente.

El acompañamiento que (nos) brindamos es político y eso nos mueve, cada día, a una acción profesional y personal específica: construir espacios para que las historias de todas puedan ser contadas y, sobre todo, escuchadas.


[1]https://www.coneval.org.mx/coordinacion/entidades/Documents/Informes_de_pobreza_y_evaluacion_2020_Documentos/Informe_Chiapas_2020.pdf

[2]http://cuentame.org.mx/monografias/informacion/chis/poblacion/distribucion.aspx?tema=me&e=07

 

 

NOTA: La fotografía que acompaña esta entrada fue una actividad realizada entre las Cuidadoras de Salud Mental (trabajadoras comunitarias de salud mental quienes, en su trabajo con CES, muchas veces también brindan acompañamiento a mujeres que están viviendo violencia), la Coordinadora de Salud Mental (nuestra muy querida jefa: Dra. Fátima Rodríguez) y nosotras, en el margen de un curso sobre violencias y trauma.

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