Documento colectivo desde las experiencias de Grupo Terapia Narrativa Coyoacán
| Compilado y redactado por Leticia Uribe |
En esta ocasión les compartimos un documento colectivo en el que se reúnen las voces de quienes integramos Grupo Terapia Narrativa Coyoacán, para compartir nuestras vivencias ante el sismo del 19 de septiembre, desde nuestro quehacer como terapeutas narrativxs.
Compilado por Leticia Uribe, con su voz y las voces de Diana Rico, Manuel Turrent, Cuqui Toledo, Mireia Viladevall, Alejandra Usabiaga, Monica Duarte, Miriam Zavala, Tomoko Yashiro, Ana Solis, Maru Nadurille y Marina Gonzalez.
Hace 13 años, empezamos a reunirnos como un grupo de estudio. En 2009 nos autonombramos Grupo Terapia Narrativa Coyoacán y nos consolidamos como grupo de difusión y enseñanza de las prácticas narrativas. En este momento somos 12 integrantes activas, que seguimos reuniéndonos cada quince días a estudiar, a compartir proyectos, aprendizajes, descubrimientos y experiencias dentro de nuestro quehacer en la práctica narrativa. En el último mes, este quehacer ha estado dedicado en gran parte a atender las vivencias del sismo del 19 de septiembre del 2017 en México, nuestro país. Esta experiencia nos ha cimbrado en todos los sentidos, a partir del día en que el suelo nos sacudió físicamente. Este mes y medio ha implicado para nosotrxs un reto y un enfrentamiento con la adversidad, conocido y compartido por quienes habitamos esta ciudad. Sin embargo, como terapeutas y como personas comprometidas con nuestro trabajo de acompañamiento a personas, ha sido también una oportunidad para aportar y aplicar lo que las prácticas narrativas ofrecen: encontrar a partir del dolor, la confusión, el miedo y la angustia, caminos alternativos de crecimiento, de esperanza y de compromiso con la vida.
Por esta razón, decidimos unir nuestras vivencias y nuestras voces en este documento, para dar testimonio, como comunidad para la comunidad, de nuestras experiencias ante el sismo. Como solemos hacer cotidianamente, también en esta ocasión nos movimos en dos planos: cada quien actuando desde su consulta privada, siguiendo proyectos por su cuenta o en pares o pequeños grupos, y al mismo tiempo compartiendo esta experiencia individual con el grupo y contribuyendo a los proyectos en común: en este caso, la formación y aplicación de grupos de conversación para recuperar-nos de los efectos del sismo.
Las voces de este documento son de quienes hoy conformamos el grupo activo: Cuqui Toledo, Mónica Duarte, Leticia Uribe, Manuel Turrent, Alejandra Usabiaga, Diana Rico, Tomoko Yashiro, Mireia Viladevall, Miriam Zavala, Ana Solís, María Eugenia Nadurille y Marina González; también aporta su voz Erika Valtierra, terapeuta narrativa en formación, que nos apoya en muchos de los detalles de nuestro trabajo grupal.
Ciudad de México, octubre de 2017.
Nuestras primeras reacciones ante el sismo fueron de susto, incredulidad, sentir que este no era un temblor como otros, mantener la calma para contener a alguien más, salir a la zona de seguridad, ponerse a salvo. También vivimos miedo: ante los ruidos, vidrios que se rompen, puertas de cristal que se pandean, árboles que se sacuden…
Después… buscar a lxs seres queridos, avisar que estamos bien, quienes localizaron pronto, tuvieron calma. Mensajes que iban y venían, lentos a veces. Si faltaba localizar a alguien, había angustia silenciosa hasta recibir noticias. Finalmente, todxs logramos encontrarnos, y entonces… pensar en la responsabilidad de estar bien.
A medida que fuimos enterándonos de que se derrumbaban edificios, de que había daños graves, gente atrapada, surgen recuerdos del 85, recuerdos de una abuela, de situaciones difíciles, la tenebrosa coincidencia de la fecha, miedo que permanece por días, que en este primer momento a algunas de nosotras las deja en shock, con ganas de no salir de la cama ni enterarse de nada.
Quienes estaban lejos de casa, buscaban regresar. Quienes estaban en casa, sienten la necesidad de salir, de ayudar, pero la ciudad es caos, no se puede llegar. Desde el primer momento se sabe: la gente en todas partes ha salido a ayudar.
Para nosotrxs fue importante pensar en ayudar creando comunidad, ayudar creando, no nada más dando cosas. Establecer vínculos. Sabíamos que nuestra responsabilidad era usar lo que sabemos hacer para buscar la manera de ayudar. Eso si, nos quedaba claro que no queríamos hacerlo en soledad que necesitabamos la fuerza de un colectivo para hacerlo.
Algunas nos sentimos divididas, entre salir a dar ayuda a otras personas, o quedarnos en obligaciones con nuestras personas queridas, que también nos necesitaban. Una de nosotras no tuvo elección, había que quedarse a atender a la persona más próxima; se descubrió sintiendo enojo por no poder hacer lo que le gusta: actuar como terapeuta; pero le ayudó ofrecer ese momento como una especie de sacrificio para quienes estaban en condiciones más difíciles.
Desde la mañana siguiente buscamos dar ayuda desde lo psicológico, algunas logramos conectar un poco con algunas personas, hacer ver que no estan solas, mandar mensajes a nuestrxs consultantes, dar consultas a distancia, por teléfono o presenciales de forma gratuita, viajar a los otros estados afectados a intentar dar terapia comunitaria. Pero en realidad, todavía no era momento para este tipo de apoyo, las urgencias eran otras. Sentimos frustración, que se apaciguó bastante cuando entendimos que lo primero que nos tocaba hacer era replegarnos, capacitarnos, saber cómo cuidarnos y tener estrategias de acción que nos ayudaran a ser efectivas.
Tocaba planear y organizar mapas para grupos de conversación, desde lo grupal y desde lo comunitario. Unirnos a esfuerzos de grupos que daban ayuda a distancia o recibiendo referencias de personas que requerían conversaciones, contención y alguien que les escuchara ante la crisis. Incluso algunas acudieron con brigadas a las zonas afectadas, conversando directamente con las familias.
A partir de ahí, fue compartir entre nosotrxs las experiencias: ¿qué cosa estamos haciendo que nos está funcionando y le podríamos compartir a otras personas? ¿Qué cosas necesitaríamos para sentirnos mejor? ¿Qué cosas podemos hacer como grupo? ¿Cómo nos podemos ayudar entre todas?
La ayuda empezó a ser más desde las posibilidades que nos abre la terapia narrativa: nombrar el problema, conversar hasta encontrar que hay más de un camino, cuestionar de dónde surgen esas etiquetas que duelen y paralizan y tomar postura para encontrar que siempre respondemos, para poder dar pasos con más claridad, desde los propios recursos, protegiendo lo que se valora.
La necesidad de terapia, individual o grupal, fue creciendo a partir de la semana siguiente al sismo. Pudimos estar pendientes de nuestrxs consultantes, atender llamadas de emergencia, estar pendientes de lxs niñxs que lo necesitan tanto. Consultantes antiguos que ahora volvían a pedir nuestro apoyo de manera urgente. Apoyar a alumnxs, familiares, amistades.
Muchas más personas de las directamente afectadas por los derrumbes o por las pérdidas, habían sido damnificadas, por la angustia que sentían, por la certidumbre que se había esfumado, por la vulnerabilidad tan palpable que se sentía en el aire. Parece que las personas que salvan su vida van a estar bien, pero conforme pasan los días tienen cuestionamientos, reflexiones, vaivén de emociones y una gran necesidad de contención.
Empezamos a aplicar los grupos de conversación que se habían planeado, aplicando la terapia narrativa comunitaria en una sola sesión. Trabajamos como solemos hacerlo, unas tienen una idea y la comparten con el resto y de ahí se va haciendo crecer con las aportaciones y las experiencias de todo el grupo. Por pares y por grupos, aplicar lo compartido en diferentes espacios que lo solicitaran.
El aprendizaje y la sensación de comunidad se fueron haciendo cada vez más grandes. Generamos, como otras veces, una reflexión sobre nuestra práctica, sobre lo que nos sirve para hacer mejor nuestro trabajo.
Buscamos escribir, tender la mano, oídos y corazón completo a otras personas. Vernos envueltas por los relatos de otrxs, y por los nuestros. Reflexionamos acerca de lo que puede obstaculizar nuestro trabajo, las creencias y expectativas que jugaban en nuestra contra. Hablamos de cómo cuidarnos. Hemos contado historias y escuchado otras más.
Valoramos el poder acompañar desde la esperanza que genera la narrativa y la voz de lxs demás, para apoyar a las personas que se sentían sin recursos para seguir enfrentando las situaciones que viven día a día.
Cada llamada que tomamos, cada conversación que tuvimos, fueron oportunidades para poner en ejercicio la solidaridad. Nadie se salva solx. Esta vez nos tocó a nosotxs ayudar para que otrxs estuvieran bien, mañana podría ser al revés. Era importante estar ahí, para que las personas supieran que no estaban solas.
Nos interesa reconocer la importancia de abrir el espacio para historias alternativas y no caer ante la culpa. Recuperar el valor de lo que se puede hacer desde cada quien, no dejarnos dominar por la impotencia. Relajarnos, tenernos paciencia a nosotras mismas. Validar distintas formas personales de hacer frente a la situación.
Valoramos nuestra profesión y la ética de colaboración y cuidado que la Narrativa nos ha enseñado tan bien. Muchas de las historias que escuchamos giraron alrededor de recuperar lo valioso y lo importante, a partir de experiencias que de entrada sonaban desoladoras y desesperanzadoras. Nos conmueve constatar que las preguntas narrativas rescatan las respuestas de las personas ante la adversidad y las destacan como puntos dentro de una historia que liga valores, sueños, esperanzas y personajes, al tiempo que ayudan a re-narrar esos episodios adversos y dolorosos como momentos luminosos. Desde las prácticas narrativas, trabajar trauma y hacer intervención en crisis lleva a las personas a encontrar recursos y esperanza en su propia experiencia y sabiduría.
Valoramos el autocuidado. El trabajo de terapeuta es mas continuo, no esta solo en la emergencia, no hay que saturarse porque esto es carrera de resistencia, esto va para largo y cuando pase la urgencia, tendremos que entrarle con más fuerza. Ponernos límites, tener claros nuestros alcances, no hacer lo que no nos toca. Detectar en qué si es útil nuestra ayuda y en qué no. Si la ayuda sobra en un lugar, mejor enfocarla en otra cosa. Hemos cuestionado la imperiosa necesidad de ayudar por ayudar.
Valoramos el trabajo en equipo, la cadena humana, entre quienes estaban en primera línea y quienes actuaban más en la periferia. Valoramos la compañía, el estar presentes y pendientes con quienes nos consultan. La importancia de las redes y de la conexión
A lo largo de todas estas experiencias, hemos aprendido y reaprendido que nuestro trabajo en grupo nos permite sumar la voz individual a las voces del resto, generando diferentes metodologías, probando posibilidades de acción y conversación, uniendo esfuerzos entre nosotras: Grupo Terapia Narrativa Coyoacán, y con nuestros grupos solidarios, como Casa Tonalá y Tocaltía.
Aprendimos a reconocer que cuando surgen preocupaciones importantes a nivel personal, nuestras prioridades cambian, pero eso no impide que podamos hacer algo desde nuestro lugar, con nuestras posibilidades del momento y aplicando nuestras propias sabidurías. Aprendimos sobre nuestra flexibilidad y versatilidad. Corroboramos lo que la narrativa nos ha enseñado: tener una mirada apreciativa de la vida y de las personas, por encima de las circunstancias.
Aprendimos acerca de los tiempos en el proceso ante situaciones extremas como esta: nuestro papel como terapeutas es importante, pero hay que saber esperar el momento en el que las personas pueden tener claro lo necesitan, una vez que las cuestiones mas urgentes y prácticas se van acomodando.
Aprendimos sobre nuestros límites, sobre nuestras reacciones ante las emergencias, y sobre cómo medir nuestras capacidades.
Atestiguamos la actitud solidaria que a su vez se aprendió de generaciones anteriores. Constatamos cómo las personas saben que ese borbotón de ayuda y hermandad no es suficiente para que mejoremos como país. Que las personas valoran la actitud de comunidad que surgió ante el temblor, pero también saben que hay que hacer mucho más para que se mantenga. Hemos visto surgir la necesidad de volver a la normalidad después del evento de desastre, pero con la claridad de que esa “normalidad” no puede ser la misma de antes, que hay que mantener lo aprendido y hacerlo crecer.
Queremos honrar los vínculos que se formaron y las historias que hemos escuchado, estudiando más, preparándonos, aprendiendo, tomando cursos y difundiendo la práctica narrativa para que más personas se miren de este modo. Seguir dando una mano y caminar con otras personas. Y hacerlo cada día, dando un paso a la vez.
Escuchamos a nuestro cuerpo con más facilidad, dando mas abrazos, agradeciendo nuestros privilegios y actuando en consecuencia.
La oscuridad del caos retrocede cuando le anteponemos la luz de nuestras esperanzas y nuestras intenciones. Por eso, nos acompañamos y nos llevamos de la mano, como grupo, como comunidad, para prender nuestras propias velitas en la oscuridad.
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