Este texto fue presentado por Zoeli Ayala García, como entrega final para el Diplomado de Prácticas Narrativas enfocadas en la prevención y atención de violencia de género en junio 2022 que imparten Rizomar Guadalajara, Grupo Terapia Narrativa Coyoacán, Casa Tonalá y Rizoma Coyoacán. En este trabajo, Zoeli describe cómo fue usar la terapia narrativa en su experiencia con niñas en la organización comunitaria en la que trabaja.
Trabajar en una organización comunitaria como psicóloga me ha permitido formar parte de diversas iniciativas que involucran la conexión con otras personas. Este año en particular, una de esas iniciativas se materializó en un campamento de verano para niñas entre las edades de 7 a 12 años. El campamento llevó por nombre “Afrocaribeñitas”, pues parte de lo que buscamos impulsar como organización puertorriqueña es la posibilidad de que la niñez se vincule con sus raíces afrodescendientes en el Caribe a través de prácticas de empoderamiento. Esto es especialmente importante en el pueblo donde se localiza nuestra organización, llamado Loíza. Loíza es un pueblo primordialmente negro, por lo que las historias de sus habitantes se nutren de múltiples experiencias violentas y discriminatorias atadas al racismo. Tomando como punto de partida tanto este contexto, como los conocimientos aprendidos sobre la Terapia Narrativa, decidí realizar varias actividades que tuvieran como resultado el que las niñas se llevaran una experiencia que las hiciera sentir empoderadas, fortalecidas y valiosas. Pero como toda historia, esta también contenía sus giros inesperados. ¿Mi giro? Cubrir los temas de consentimiento y prevención de violencia -contenidos en el currículo del campamento- en una sola sesión utilizando como base la terapia narrativa. Me preguntaba tanto… ¿Cómo llevar un mensaje educativo sin ubicarme en ese rol de experta que una y otra vez se cuestiona desde este modelo? ¿Cómo cumplir con las expectativas de un currículo que no redacté y del que, sin embargo, era parte en tanto facilitadora de algunas sesiones? ¿Cómo lograrlo todo en una sola sesión con el tiempo contado (3 horas)? Mi alma de cuentista y mi trasfondo como terapeuta colaborativa deseaban, en primera instancia, dejar volar nuestra imaginación y explorar con las niñas territorios posibles para que el currículo se fuese construyendo en el camino de forma horizontal. En otras palabras, deseaba que las niñas pudieran ser co-autoras de los temas que rodearían el campamento. ¿Pero cómo hacer camino desde uno ya trazado? En definitiva, necesitaba un mapa. Y es que como menciona White (2006), la maravilla de los mapas reside en ser, entre otras tantas cosas, una guía para sendas posibles. Así que afortunadamente, aquello que en un inicio estuvo rodeado de dudas y preguntas, se convirtió en esa matriz generadora que sólo deja en su haber el terreno desde el que se desea seguir sembrando; el terreno para nuevos caminos. Fue esto lo que nos permitió, a las niñas y a mí, la terapia narrativa. Recuerdo que en mi conversación con Marina -consultora asignada para realizar mi trabajo final- le compartí mi deseo de trabajar algún proyecto que me permitiera incorporar las metáforas y las historias excepcionales. Personalmente disfruto mucho del uso de las metáforas como herramienta generadora. Además, me parecía que utilizarlas con la niñez funcionaría como una especie de puerta para entrar en el terreno preferido de las historias excepcionales. En aquel momento, no tenía idea de que tendría un periodo de tiempo tan limitado para desarrollar todos mis deseos en el campamento. No obstante, el hecho de que Marina me comunicara que sí veía posible un trabajo que involucrara varios elementos narrativos, fue un motor para comenzar a darle forma a mi idea de un taller/escenario que fuera habitado por múltiples escenas, en el que las niñas y yo fuéramos tanto personajes como audiencia participativa. Llegado el día del taller, fui preparada con una especie de “libreto abierto” dividido en varias partes. Cada parte representaba el contenido temático que debía desarrollar seguido por ejercicios fundamentados en la terapia narrativa. El primero de los ejes temáticos fue el consentimiento. Con el propósito de generar apertura entre las niñas, les proyecté un cuento animado basado en los besos. Este cuento, llamado “Ni un besito a la fuerza”, sugiere la existencia de múltiples besos. También sugiere la posibilidad de que algunos besos son agradables, mientras que otros besos son incómodos. Finalizado el cuento, quise que la discusión generada fuera lo más horizontal posible siendo consciente de evitar asumir una posición jerárquica de poder. Por lo tanto, en lugar de iniciar con preguntas preconcebidas, sugerí el relato oral como una manera de conocer cómo las niñas se relacionaban con el tema del consentimiento y dónde se ubicaban -a sí mismas- con respecto a ello. Esto me permitió acercarme desde un territorio que privilegiara sus narraciones. Además, me dio un atisbo de aquellas historias dominantes desde las que se representaban en torno a un tema que podría o no representar un “problema”. Así, se abrió el espacio para lo que sería la segunda dinámica: representar sus respuestas como puntos de partida para la prevención de la violencia ante aquello que no era consentido utilizando como metáfora el teatro. La puesta en escena de las niñas no sólo fue una oportunidad para mostrar sus dotes artísticos, sino también un ejercicio que les permitió asumir un rol protagónico desde lo posible. Esto se fue materializando a partir del momento en que fueron ellas quienes crearon las obras teatrales que estarían presentando mediante pequeños grupos. Así, seleccionaron qué personajes representarían y cuáles serían la estrategias para resistir aquello que no era consentido como parte de sus interpretaciones. Fue de esta manera que ante la pregunta de “¿Cómo no consienten?”, surgieron cuatro pequeñas obras teatrales que dieron paso a una diversidad de resistencias; entre ellas: comunicarse con sus cuidadoras cuando alguien buscaba hacerles daño, defenderse mutuamente tomándose de las manos y caminando juntas para alejarse, mover sus caras diciendo “no” ante el beso no correspondido, entre otras. Además de las risas que acompañaron nuestras reacciones -como actrices y/o audiencia- quise conocer cuáles eran las reflexiones de las niñas ante lo experimentado. Debo decir que fue maravilloso ir notando cómo se les veía más seguras y envalentonadas mientras relataban sus experiencias y escuchaban las opiniones de las demás. Incluso algunas comentaron cómo continuarían las historias de haber tenido la oportunidad de extenderlas y expresaban sentirse identificadas con estrategias o modos de resistir que compartían las demás. También fue importante para mí aportar mis experiencias y, en ese sentido, vulnerarme como una humana más para continuar poniendo en acción el no asumirme desde una postura jerárquica como “adulta experta”. Tomando como punta de lanza esas puestas en escena que se transformaron en caminos alternativos desde el empoderamiento y la resistencia, pasamos a la última parte de las dinámicas del día. Considerando que era importante para mí que las niñas pudieran continuar engrosando esos terrenos posibles desde los que se iban posicionando, sugerí el dibujo como medio artístico para que respondieran a dos preguntas: ¿En qué eres experta? y ¿Cuándo fuiste valiente? Este ejercicio también me permitía incorporar los elementos narrativos llamados “eventos excepcionales” e “historias preferidas”. Además, entender que la niñez suele estar rodeada de estereotipos que la ubican en el desconocimiento y la vulnerabilidad me hacía el ruido suficiente para explorar formas de reautorizarse como gestoras de sus vidas. Reconozco que a pesar de contar con una imaginación que en ocasiones parece no tener límites, jamás pude anticipar todas las sorpresas que surgieron a raíz del ejercicio. Desde historias en las que el miedo formaba parte importante de la experiencia, hasta actividades lúdicas y divertidas, las niñas hicieron gala de aquellas cualidades que las hacían sentir valiosas, fuertes y orgullosas de sí mismas. Cada dibujo encubría una historia preferida que afortunadamente todas tuvimos la oportunidad de ver y escuchar. Vale destacar que, con respecto al miedo, este tan reconocido personaje apareció en diversos relatos a través de elementos metafóricos. Sin embargo, en cada uno de ellos representaba una situación resuelta, una preocupación menos. Así, el miedo había sido “derrotado” con: espadas mágicas, el valor de salvar a una mascota evitando ser atropellada y la risa que acompaña una visita al hospital cuando se espera “lo peor”. En cuanto a las historias que representaban las pericias de cada niña, pudimos conocer: pintoras, bailarinas, actrices, peinadoras, entre otras. Aún recuerdo las sonrisas de muchas de ellas al relatar sus momentos de mayor orgullo. Tanto las obras de teatro como los dibujos también sirvieron para dar cuenta de la función poderosa que genera todo proceso de externalización. Tal como menciona White (2006), la externalización “permite que las personas experimenten una identidad separada del problema: el problema se vuelve el problema, no la persona.” Así, las niñas pudieron separarse de aquellas experiencias de incomodidad con respecto al consentimiento y la violencia desde territorios distintos que privilegiaban la risa, la creatividad y la resistencia, algo que a su vez se iba transformando en un proceso en el que reautorizaban sus roles e historias preferidas. Para cerrar el día, algunas niñas desearon continuar utilizando el dibujo como instrumento de expresión. Aunque mi “libreto abierto” había llegado a su fin, quise aprovechar la oportunidad para seguir explorando territorios preferidos desde una de las maravillas que la vida nos regala para no renunciar a caminar: la posibilidad de soñar. Fue así como las niñas se dedicaron por un tiempo a imaginar historias que les invitaban a ser todo aquello que ellas quisieran ser: astronautas, soldadas, médicas, artistas. A entender que podían ser todo eso y más porque siempre somos más de una, que somos multihistoriadas. Reflexiono desde mi presente sobre ese giro inesperado que dio mi historia dominante cuando todo esto parecía un reto gigantesco del que dudaba sobre su capacidad de fluir. Sonrío y mi corazón se llena por reconocer esta historia alternativa que se abrió en mi camino. Sonrío recordando las risas de las niñas, sabiendo que son el horizonte más seguro que tenemos para que soñar continúe siendo posible. Sonrío una vez más en complicidad conmigo misma por jamás dejar de escucharme, por seguir apostando a la ternura. Porque fue esa complicidad la que me trajo hasta aquí buscando horizontes más allá de mi país que me permitieran seguir conectando con eso que me enraiza no sólo en mi formación terapéutica, sino también en la versión preferida de mí misma. Sonrío convencida de que la narrativa vive en mí y yo en ella. Como la matriz. Como las semillas. Y sigo caminando.
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