|Por Leticia Uribe M.|
En esta ocasión, Leticia Uribe nos explica por qué Michael White, a partir de el análisis de los sistemas de poder de Michel Foucault, llega a la conclusión de que la sensación de fracaso personal es una evidencia de la resistencia ante los discursos dominantes de normalidad y puede ser entendida como un punto de entrada a las historias preferidas y a la generación del cambio social.
Cualquier persona que se dedique a dar terapia o a apoyar a otras personas en sus dilemas de vida, podría estar de acuerdo conmigo al pensar que quienes nos consultan, frecuentemente tienen expresiones como: “no soy suficiente”, “creo que no sirvo para esto”, “no siento que pueda ser buena/o en algo”, “por más que lo intento, nunca lograré cumplir lo que se espera de mi”, etc. Es decir, podemos coincidir en que la sensación de fracaso personal es un tema muy presente en las personas que buscan apoyo terapéutico y/o emocional. Por esta razón, Michael White dedicó buena parte de sus reflexiones a este fenómeno, lo ubicó como un tema firmemente anclado en la cultura dominante de nuestro tiempo y generó un mapa para guiar las conversaciones para abordarlo[1]. (White, M. 2002; Hutton, J. 2008)
El primer paso para abordar este tema, es entender a qué nos referimos cuando hablamos de la “sensación de fracaso personal”. Michael White (2002) distingue la ‘sensación de fracaso’ como diferente a las situaciones en las que podemos fracasar en tareas concretas o rutinas diarias de la vida “…acciones negligentes cuando se requiere cuidado (como en el caso de alimentar y proteger a los niños) o a la acción incompetente cuando se requiere precisión (como al manejar un auto o pilotear un avión)” (pag. 35). Hutton (2008) menciona que “No se trata de un fracaso en desarrollar habilidades específicas o para ser competente en algo que realmente nos importa; no es fracasar en responsabilizarnos por algo o de alguien que depende de nuestra persona” (pag. 4)
La sensación de fracaso personal a la que nos referimos entonces, no tiene que ver con cosas concretas o acotadas, ni con la posibilidad o responsabilidad de hacernos cargo de situaciones. Esta sensación mas bien está directamente ligada a la identidad de la persona, se refiere a no lograr “ser” lo que se espera, no dar el ancho como persona, sentirse inadecuado/a ante los estándares esperados según las ideas de éxito, bondad, inteligencia o cualquier otra cosa que refleje un tipo de vida apreciado según las normas imperantes establecidas de acuerdo a las expectativas culturales. Es una sensación que nos hace dudar de ser personas “verdaderas”, “normales” o suficientemente valiosas.
Para explicar por qué esta sensación de fracaso es cada vez mas imperante en nuestro mundo, White retoma la explicación de Foucault de los sistemas modernos de poder y de la implementación de los estándares de “normalidad” y su establecimiento como verdades absolutas.
Hutton (2008) explica que el concepto de “normalidad” es algo relativamente reciente, pues antes del siglo XIX la “norma” solo se utilizaba para nombrar el instrumento con el que los carpinteros medían ángulos, mientras que ahora se utiliza para medir personas, como si existiera un molde exacto con el cual pudiéramos compararlas. La idea de medir a la persona como “normal” o “promedio” empezó en Europa y de ahí, como todas las ideas impuestas por el mundo occidental dominante, se exportó al resto del mundo. El día de hoy, el concepto de normalidad ha llegado a ser algo a lo que aspiramos para sentir que podemos llegar al éxito como personas. Conceptos como la autoestima, la resiliencia, la fortaleza de carácter, etc., están basados en la idea de normalidad. Entre menos “normales” nos sentimos, mas se puede presentar la sensación de fracaso personal.
“Las expectativas trabajan en conjunto con la normalidad; se forman a partir de las ideas de la norma o del promedio y operan en cada aspecto de nuestras vidas. Estas expectativas están localizadas en una cultura, un tiempo y un lugar particulares y varían dependiendo de los países, culturas, suburbios y familias. Las expectativas reflejan lo que, como sociedad, valoramos de la conducta humana en momentos determinados (…) Lo que se considera normal cambia de manera constante en cualquier cultura. A pesar de esto, se suele presentar como la verdad’ o la ‘naturaleza verdadera’ de la gente” (Hutton, 2008 p. 6).
Esto significa que la posibilidad de no sentirnos “normales” es muy alta y varía todo el tiempo, por lo que nos expone a vivirnos como “inadecuados/as” o “fracasadas/os” en cualquier momento.
Ante esta perspectiva, pensar en la sensación de fracaso personal como una puerta de entrada a historias y lugares preferidos, suena difícil de imaginar, como si estuviéramos proponiendo que es una sensación deseable a la que tendríamos que aspirar. No es propiamente así. Más que pensar en que es algo deseable, se trata de entenderla como una señal, una evidencia de que la norma no aplica a todo el mundo y que nos puede llevar a explorar posibilidades que la cuestionen y le quiten su lugar de poder.
Para nosotras, en GTNC, el mapa de conversaciones en torno a la sensación de fracaso personal, ha sido un tema crucial a revisar en los programas de diplomados y en muchos de los cursos y talleres que impartimos. En mi experiencia, cada vez que doy una clase sobre este mapa, la parte que cuesta mas trabajo explicar es el entendimiento del fracaso como un testimonio de la resistencia ante los discursos dominantes de normalidad, como un punto de entrada a la exploración de las historias alternativas fundadas en lo que la persona valora, es decir, como una oportunidad para generar posibilidades nuevas. Pensando en esa dificultad, me parece importante escribir acerca de la forma en que yo entiendo y describo la relación entre fracaso y resistencia, a partir de lo que Michael y otras autoras han descrito antes.
White explica ese concepto cuando habla de las conclusiones que él saca a partir de su lectura del análisis de Foucault.
Foucault (1980, en Carey, et. al. 2009) señala un elemento clave que se observa en los sistemas de poder, y es que, ante toda presencia de un ejercicio de poder existen siempre actos de protesta y resistencia. Las personas nunca son pasivas ante lo que el mundo les depara, siempre es posible encontrar puntos de rechazo y resistencia ante las situaciones opresivas. Si empezamos a analizar la forma en que operan las fuerzas del poder moderno al moldear nuestras expectativas y nuestra conducta, podemos visibilizar las respuestas de rechazo y resistencia para reconocerlas y darles un lugar relevante que ayude a generar historias preferidas.
Por otro lado, White (2002) concluye que las operaciones del poder moderno, al estar sustentadas en la auto vigilancia, — es decir, en el hecho de que cada persona se observa a sí misma y se compara con los estándares que recibe del medio social para saber si se ajusta a lo “normal” o lo “aceptable”— en realidad dependen de la participación activa de las personas como su instrumento. Esto les da una fragilidad que no tienen las estructuras de poder tradicional[2], es decir, las personas en lo individual tienen que ser participantes activas para mantener las operaciones del poder moderno, por tanto, las personas en lo individual también pueden jugar un papel importante en negarles la posibilidad de existir. Las personas tienen la posibilidad de retar directa o indirectamente desde lo individual y a nivel de su contexto social local (familia, escuela, etc.) las expectativas y normas creadas como verdades absolutas, contribuyendo así al cambio social.
Entonces, tenemos que ante cualquier presencia de opresión o de ejercicio de poder, existen siempre fuerzas opuestas que se le resisten, aunque no sean totalmente efectivas o plenamente visibles. Además, la operación del poder moderno como fuerza de control social, depende de la participación activa de las personas en lo individual y en ello reside su fragilidad. Cada vez que una persona no se ajusta a lo que la “norma” pide, es una evidencia de dicha fragilidad; es un ejemplo de cómo la expectativa no aplica para todas las personas, por lo tanto, es la prueba de que no es una verdad absoluta. Los puntos o actos de resistencia ante el poder moderno se pueden encontrar en cada persona que no se ajuste a lo que ha sido considerado como la “norma” en su contexto, es decir, en aquellas personas que viven la “sensación de fracaso”.
Cada vez que nos encontremos con expresiones de la sensación de fracaso personal, podemos entenderlas como una señal, un punto de entrada a historias preferidas que contradicen los mandatos del poder moderno, es decir, un testimonio de estos mandatos y de su fragilidad, que al ser deconstruidos, nos llevarán a describir los actos de resistencia ante lo que la cultura impone como valorado. Dichos actos de resistencia, además, son expresiones de modos de vida preferidos y basados en lo que cada persona valora y sueña para su propia vida.
El mapa para las conversaciones de fracaso que propone White, busca deconstruir la forma en que los discursos del poder moderno están actuando en la vida de las personas, es decir, busca desmenuzar cuales son los mensajes que se han adoptado como verdades absolutas de normalidad o expectativas de éxito, externalizarlas, tomar postura frente a ellas y describir lo que la persona valora en su proceder cada vez que, al intentar ajustarse a la norma, siente que no lo consigue y aún así sigue intentandolo; o cada vez que llega a la conclusión de que esa norma no se le ajusta y se “conforma” con hacer las cosas a su manera, a pesar de no lograr lo esperado.
Pensando una vez más en el análisis de Foucault, White menciona que, al pensar en el rol fundamental que juegan las disciplinas profesionales y académicas en el desarrollo de las tecnologías del poder moderno, es facil deducir que la cultura de la terapia también juega un rol crucial. En este sentido, desarrollar prácticas de terapia que sean contrarias a estas tecnologías del poder moderno, no es sólo posible, sino necesario para generar modos de vida preferidos en las personas, y ademas, para contribuir al cambio social –hacer “política con ‘p’ minúscula” –. De ahí la importancia de estar siempre pendientes de visibilizar y rescatar los actos de resistencia ante las operaciones del poder moderno que están implícitos en las expresiones de fracaso personal.
REFERENCIAS
Carey, M., Walther, S. y Russell, S. (2009) “The absent but implicit: A Map to Support Therapeutic Enquiry” Family Process, Vol. 48, No. 3 pp 319-331.
Hutton, J. & Knapp K. (2008) “Turning the spotlight back on the normalizing gaze”. The International Journal of Narrative Therapy and Community Work No. 1 pp 3-16.
White, M. (2002) “Addressing personal failure” International Journal of Narrative Therapy and Community Work. No. 1 pp. 33-76
[1] Para revisar este mapa completo ver: White, M. (2002) “Addressing personal failure” International Journal of Narrative Therapy and Community Work. No. 1 pp. 33-76
[2] El poder tradicional es aquel en el que grupos o individuos específicos se apropian del poder para intereses particulares y lo ejercen de manera vertical, de arriba hacia abajo. Funciona en forma negativa, es decir, a base de castigo, represión y prohibición directa, para ejercer presión y coerción de ciertas conductas específicas. Las personas que no forman parte de los grupos en el poder se sujetan a él y no participan en su ejercicio. Es un poder visible y por lo tanto es el que reconocemos con mayor facilidad.
Para descripciones detalladas sobre las diferencias entre el poder tradicional y el poder moderno ver:
-Tabla 1 “Traditional power versus modern power” en: White, M. (2002) “Addressing personal failure” International Journal of Narrative Therapy and Community Work. No. 1 pp. 33-76.
-Nota 5 en: Madigan, S. (2003) “Counterviewing injourious speech acts: Destabilising eight conversational habits of highly effective problems” International Journal of Narrative Therapy and Community Work, 1 pag. 60.
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