LA CONCIENCIA DEL PRIVILEGIO COMO PARADIGMA PARA RESPONDER A LA CRISIS

| Por Luis Alberto Hernández |

 

Luis Alberto Hernández nos invita a reflexionar sobre el papel que juegan los privilegios en la posibilidad de tomar decisiones frente a la pandemia, y a buscar una forma de hacer comunidad para no crear un ambiente de juicios y sensación de fracaso.

Durante los últimos meses, la contingencia de salud por el COVID-19 nos ha movido de lugar en muchos sentidos. A la mayoría nos ha mantenido en casa, ha puesto distancia entre individuos, nos ha enseñado medidas de higiene y, en muchos casos, nos ha hecho cuestionamientos complejos. Nos ha hecho preguntas que no siempre son fáciles de responder, e incluso preguntas que no necesariamente tienen solo una respuesta correcta, llevándonos a un ejercicio filosófico no planeado al interior de las familias, entre amistades, en comunidades creadas por medios digitales y en muchas otras redes.

Una de las preguntas más discutidas en lo público, ante la cual ha surgido la opinión de muchas personas referentes en distintos ámbitos, es si durante esta crisis estamos “en el mismo barco”. Inicialmente hubo un discurso que, quizá bienintencionado y con la finalidad de fomentar cohesión social, afirmaba que nos encontramos juntos(as) en este barco y habría que trabajar en equipo y mantener la unidad para librar la tormenta que atravesamos. Ante estos mensajes, hubo quienes contestamos que no, quienes pensamos que esta metáfora no describe con precisión la realidad que vivimos, pues si bien estamos pasando por la misma tormenta, hay barcos de todos los tamaños y materiales. Hay barcos gigantes cuya estructura permite admirar el caos desde la altura y con amenidades suficientes para olvidarse de tragedia, hay lanchas medianas que se han mantenido seguras con la incertidumbre presente, hay botes pequeños que apenas logran sostenerse y otros que ya están boca abajo, pero también hay quienes desde hace mucho tiempo fueron tirados(as) por la borda y desde la altura de ciertos barcos ni siquiera se logra ver su batalla por la supervivencia.

Vivimos en un mundo de estructuras y el problema con éstas es que las construimos de forma vertical, creando una realidad en la que a alguien le toca estar arriba y alguien tiene que estar abajo. El capitalismo es quizá el ejemplo más sencillo para entender a las estructuras, para visibilizar que existen privilegios que algunas y algunos tienen, los cuales se miden en dinero y se traducen en acceso a la salud, educación, seguridad, entre otras cosas. Podemos hablar de muchas estructuras, el patriarcado es otra de estas formas de jerarquizar arbitrariamente a la sociedad, que nos deja a los hombres en el privilegio y del lado opresor en una cancha que nunca fue pareja y que fue diseñada estratégicamente para que los hombres ganáramos y mantuviéramos el poder.

La emergencia de salud no pone pausa ni crea una tregua social ante estas desigualdades, así que hoy nos encontramos viviendo realidades muy distintas y seguramente las historias que contemos después de que esto pase serán también muy diferentes.

Para quienes forman parte de los grupos en mayor riesgo ante el COVID-19, las desigualdades son determinantes en este juego de probabilidades para asegurar la salud. Vivir con una enfermedad crónica o una discapacidad en medio de esta emergencia no se ve de la misma manera para quienes pueden quedarse en casa y acceder servicios médicos privados, que para quien no tiene el beneficio de trabajar en modalidad de home office, no puede prescindir de su empleo y depende de los servicios públicos de salud.

Al mismo tiempo en que un sector resalta como “el lado amable” la conversación sobre cuánto ahorramos al no ir a restaurantes y salir menos en coche (costos comúnmente reasignados para el presupuesto de compras en línea), en otros grupos los costos fijos nunca involucraron estos conceptos, por lo que hoy solo se suman riesgos y costos de cuidado de la salud para el desplazamiento y desempeño de un empleo que resulta imprescindible para la economía familiar.

La sensación de fracaso personal, la cual entendemos como un testimonio de resistencia (Uribe, 2019), se ha hecho presente durante la pandemia, fomentando un ejercicio individual en el que las personas se miden por estándares rígidos y ajenos, cuya posibilidad de cumplimiento depende del privilegio en gran proporción. Esto lo han vivido quienes se encuentran en la constante lucha por cumplir lo establecido por un discurso dominante sobre “lo que deberían estar haciendo” durante el confinamiento, difundido de forma masiva a través de medios como las redes sociales, y que dicta mandatos sobre ejecutar rutinas de ejercicio, apegarse a regímenes de alimentación, invertir tiempo en desarrollar competencias como el aprendizaje de idiomas, entre otros. Todos estos mandatos del discurso dominante nos ponen en una carrera que no es justa, porque salimos de puntos de partida diferentes, hay obstáculos distintos en cada carril y al final hay una sensación de fracaso para quienes no logran llegar en los primeros lugares, mientras se centra la atención en un pódium retratado como algo sencillo de lograr y no se habla del privilegio que hizo más fácil el recorrido.

Hablamos de cumplir las recomendaciones de salud, pero incluso este cumplimiento se ve distinto para cada individuo en función de las estructuras sociales, el costo de una mascarilla (tapaboca) no representa el mismo porcentaje de los ingresos de cada familia o cada persona, la recomendación de no encontrarse en espacios cerrados con grupos grandes de personas no es opcional cuando el transporte público es necesario para desplazarse al trabajo, a las instituciones de salud o a cualquier lugar. Paradójicamente y debido a que las estructuras fueron diseñadas para ser sostenibles, en las esferas con mayor privilegio el costo del cuidado de la salud se reduce, aún cuando se tiene mayor poder adquisitivo para cubrir esta necesidad. Podemos hacer esto evidente haciendo preguntas simples como ¿quiénes han recibido instrumentos de protección de salud como una mascarilla de alta calidad de manera gratuita? pues por lo general han sido quienes trabajan para las organizaciones con mayor capital, quienes aún tienen un empelo y un salario estables, o bien, quienes pertenecen a una esfera con mayor privilegio y, al ser gastos tan diminutos en proporción al capital acumulado, es común que por vías familiares o de amistad esto llegue como un regalo. No profundizaremos en la diferencia que hay en la calidad del material para el cuidado de la salud que utilizamos, pero basta con decir que hay a quien el privilegio le alcanza para preocuparse por el diseño de su mascarilla, al tiempo que para otras u otros la adquisición de este instrumento no es prioritaria cuando hay insuficiencias para cubrir necesidades básicas como la vivienda o la alimentación.

Si ha de servir como consuelo, es importante decir que nadie que esté leyendo este texto ha creado las estructuras, pues hemos nacido en ellas. No podemos cargar la culpa por la autoría de estas letales jerarquías, pero sí es una obligación responsabilizarnos del lugar que ocupamos con relación al poder, ser conscientes de la posición en la que se nos puso, las ventajas que nos fueron dadas y tener claro que, por más que pasemos una vida mirando hacia abajo y cuestionando la desigualdad, hay quienes seguimos viéndola desde arriba.

Actuemos desde la conciencia del privilegio

Si bien hemos establecido que estamos viviendo versiones distintas de la crisis determinadas por la desigualdad, esto no significa que no haya oportunidad para hacer comunidad, simplemente nos viene a advertir que la conciencia del privilegio y la responsabilidad sobre la posición en las relaciones de poder son básicas para formar redes de verdadero apoyo y colaboración.

Escuchemos las historias de los otros y las otras, especialmente las de aquellos grupos que nos quedan lejanos y cuyos saberes no son parte de los nuestros. Hay una innegable riqueza en escuchar las experiencias puestas desde diferentes perspectivas y, aunque nos encontremos con vivencias inconcebibles desde nuestra realidad, escuchemos atentamente y busquemos emociones comunes, sueños y esperanzas que quizá son compartidas, porque es ahí donde empiezan a construirse los puentes que nos conectan.

Es momento de prestar especial atención a la experiencia de los grupos oprimidos, esos grupos que a lo largo de la historia han librado una batalla constante por la supervivencia, que han trabajado el doble para llegar al mismo punto que sus pares debido a la desigualdad. Ya nos había advertido Chimamanda Ngozi sobre El peligro de la historia única (Ngozi, 2009) así que no podemos quedarnos con el relato de una sola forma de vivir esta emergencia, habrá que escuchar otras historias, particularmente las de aquellos grupos oprimidos cuya experiencia ha sido infravalorada. Escuchando y honrando la sabiduría de los grupos oprimidos aprenderemos sobre las resistencias, sobre recursos locales y herramientas para perseguir los sueños y esperanzas en el contexto de la desigualdad.

Procuremos tener una imagen lo más completa posible sobre lo que estamos viviendo, buscando desde la sociología de las ausencias (Santos, 2020) encontraremos historias sobre realidades completamente alternas a lo que conocemos, pero que nos posicionarán en una mayor conciencia para emitir opiniones, determinar prioridades y construir soluciones para las crisis que este mundo enfrenta.

Nuestras historias y experiencias, tanto personales como colectivas, son parte fundamental para identificar lo que aprendimos de todo este proceso, por eso habrá que ponernos a buscar eventos extraordinarios a lo largo de  nuestro recorrido por la crisis. Podemos empezar por esos momentos en los que nos acompañamos en las dificultades enfrentadas sin importar cuán diminutas éstas parezcan, algo tan aparentemente simple como el momento en que nos enseñamos unos(as) a otros(as) sobre cómo usar la tecnología, o cuando la solidaridad se hizo presente y nos organizamos para apoyar a quien lo estaba necesitando. Estos eventos nos cuentan quiénes han sido nuestros acompañantes durante este recorrido, relatando historias de personas que usaron su privilegio para emparejar la cancha y buscar que todas y todos pudiéramos movernos desde puntos de partida un poco más equitativos.

Podemos construir historias alternativas a partir de estos eventos extraordinarios, los cuales contrarían la historia oficial de que las estructuras son inamovibles y el individualismo es una regla, porque hay testimonios de resistencia sobre cómo hemos podido conectarnos y hacer comunidad, sobre cómo las condiciones adversas de alguna manera se volvieron un detonante para crear conciencia y nos llevaron a abandonar adoctrinamientos del capitalismo, el patriarcado o cualquier otra estructura. Este ejercicio se vuelve también una herramienta para el futuro, porque no son nuevos los problemas que cobran vidas y cuya solución requiere una verdadera conciencia del privilegio y un compromiso por reducir la desigualdad, han existido desde mucho antes que esta crisis y no han desaparecido. Ante muchos de estos problemas que no cesarán con esta pandemia, tenemos historias y testimonios que nos enseñaron a ser conscientes del lugar en el que estamos posicionados y por dónde podemos empezar para hacer la cancha más pareja.

No existe una fórmula universalmente efectiva para solventar una crisis de este tipo, en lo individual y en lo colectivo nos ocuparemos de crear nuestros planes y estrategias para hacer frente a la adversidad, pero en un mundo de estructuras no podemos concebir a la justicia en estos planes si no están desarrollados desde la conciencia del privilegio y la responsabilidad sobre la posición de poder. Si bien no tenemos el mapa completo para navegar y librar la tormenta, esta conciencia y responsabilidad nos dan una brújula que nos ayudará a ir dibujando nuestros mapas, buscando el fin no solo de ésta, sino de muchas otras crisis que nunca se han visto igual para todas y todos.

 

REFERENCIA:

Ngozi, C. (Julio de 2009). Obtenido de [Video]: https://www.ted.com/talks/chimamanda_ngozi_adichie_the_danger_of_a_single_story?language=en

Santos, B. d. (Abril de 2020). La sociología de la sausencias. En B. d. Santos, La cruel pedagogía del virus (págs. 8-9). Almedina. Obtenido de: https://clacsovirtual.org/pluginfile.php/81301/mod_resource/content/1/Boaventura%20de%20Souza%20Santos%20-%20A%20%20cruel%20pedagogia%20do%20vi%CC%81rus.pdf.pdf

Uribe, L. (28 de Febrero de 2019). Terapia Narrativa Coyoacán. Obtenido de https://terapianarrativacoyoacan.com/la-sensacion-de-fracaso-personal-como-testimonio-de-resistencia/

3 Responses

  1. Betina Haiat

    Felicidades Beto! Gran reflexión. Gran responsabilidad la que tenemos todos de mirar hacia los lados, ver lo diverso que somos y cuestionarnos cada quién sobre nuestro papel en esta crisis y en la construcción de nuevas historias.

  2. Mariana

    Texto interesantísimo. Es nuestra responsabilidad como personas que viven en comunidad, estar conscientes de nuestros privilegios y la responsabilidad que conlleva tenerlos. Definitivamente es nuestra labor, dejar una cancha más pareja, como describe el autor, para todas las personas.

  3. Mireia Viladevall

    Sin duda, Luis el problema del cuidado de la salud tiene que ver también con el lugar social que tenemos en la sociedad. Es un problema económico, social, etárero y de género… ¿quién tiene derecho a cuidar su salud? implica ir a otra pregunta: ¿quién tiene los medios económicos pero también de tiempo para poderlo hacer? Y como bien planteas el problema no se queda ahí. Hay una responsabilidad social que es negada, invisilizada y convertida en particular… tu eres el responsable de cuidar tu salud. Cuando la salud es UN DERECHO HUMANO ELLO IMPLICA UNA RESPONSABILIDAD POR PARTE DE LA SOCIEDAD EN LA QUE VIVE RESPECTO A DOTAR DE LOS ELEMENTOS BÁSICOS NECESARIOS PARA QUE CADA SER HUMANO -que compone esa sociedad- PUEDA GOZAR DEL DERECHO A LA SALUD.

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