ÉTICA Y POSMODERNIDAD

REPENSANDO LAS PRÁCTICAS TERAPÉUTICAS

| Por Miriam Zavala |

Miriam Zavala nos comparte algunas reflexiones sobre la ética en la posmodernidad, a partir de su participación en el conversatorio sobre el mismo tema, organizado por la División de Estudios de Posgrado e Investigación y por la Residencia en Terapia familiar de la Facultad de Psicología de la UNAM, el pasado 16 de octubre.

Si lo moral es hablar acerca de las personas, lo ético implicará necesariamente hablar con las personas.

En el marco de mi participación en el Conversatorio “Ética y Posmodernidad” organizado por la División de Estudios de Posgrado e Investigación y por la Residencia en Terapia Familiar de la Facultad de Psicología de la UNAM, quisiera compartirles algunas reflexiones de ese día.

 

Me gustaría partir de una pregunta ¿hacer la distinción entre moralidad y ética valdría la pena antes de empezar? Entender a la MORALIDAD como el conjunto de reglas, normas y preceptos acerca de lo que es bueno, deseable e importante seguir y que tratan de dar respuesta a ciertos aspectos de la realidad que se distinguen como problemáticos y que es necesario atacar o resolver. Ante eso, el EJERCICIO ÉTICO implica discutir y analizar qué decisiones vamos a tomar como individuos y como colectividad, frente a esas problemáticas señaladas por el discurso moralizante y frente a las normas que nos insta a seguir.

Ahora bien ¿qué ocurre con estos discursos moralizantes y este ejercicio ético, cuando migramos a la posmodernidad? Para poder responder a esta pregunta, me gustaría poder dar un pequeño rodeo y analizar primero lo que conocemos como Modernidad.

 

La Modernidad nace como un movimiento que, frente a los preceptos de la Edad Media, intenta dejar a un lado la Fe para dale paso a la Razón como eje rector de la vida humana. Una vez que la Modernidad reclama el derecho de los seres humanos al libre albedrío, a vivir bajo los decretos de su propio entendimiento, las decisiones se vuelven el lugar en el que se construyen y se ejecuta la Ética, ya que, dotados de identidad, los seres humanos estamos obligados a evaluar nuestras elecciones y a rendir cuentas de nuestros actos.

La Modernidad pide a los individuos que hagan uso de sus capacidades para elegir, pero a la vez, posiciona un solo discurso, el de la ciencia, como el verdadero y razonable, y entonces espera de ellos que elijan lo bueno sobre lo malo, lo correcto sobre lo incorrecto, basados en el uso de la razón. En ese momento la Modernidad da el primer paso en dirección a su propio deterioro.

 

Los dilemas no tardan en aparecer: lo correcto no es siempre lo útil, lo verdadero no es siempre lo pertinente, las acciones pueden ser correctas en un sentido, pero equivocadas en el otro. Poco a poco se va haciendo evidente que no hay criterios únicos ni unívocos con los que evaluar la conducta humana. Es en esa contradicción, en ese hueco donde nace la Posmodernidad.

Si ya no hay discursos universales, ni verdades irrefutables, ni deberes infinitos, ni obligaciones absolutas que seguir para dar respuesta de manera exhaustiva a la complejidad y diversidad humanas; si la pretensión de arribar a conclusiones objetivas o verdades incuestionables, que estén por encima de los contextos, de las personas y de las subjetividades, ya no es posible, entonces es inevitable que surja incredulidad ante la posibilidad de encontrar reglas que funcionen siempre y fundamentos que no se tambaleen. Lo posmoderno es dudar de que esa posibilidad exista.

 

La Posmodernidad ha venido a poner en duda una de las piedras angulares de la Modernidad, al declarar la muerte de los grandes relatos y discursos acerca del mundo, si bien no rechaza las preocupaciones éticas señaladas por la Modernidad, sí tiene una postura profundamente crítica acerca de las formas con las que hay que abordarlas. Los problemas éticos señalados por la Modernidad como la inequidad, la injusticia, la necesidad de velar por los derechos humanos siguen estando vigentes para la Posmodernidad, sólo que ésta viene a proponernos abordarlos de maneras novedosas.

En este sentido y aterrizando en el tema de la Ética y la terapia, podríamos decir que la Posmodernidad viene a cuestionar, a debatir y a señalar varios aspectos de nuestra práctica, aporta elementos para analizar.

 

Podríamos decir, que una de las principales aportaciones de la mirada posmoderna al mundo de la ética en la psicoterapia, es que abre la puerta para que los discursos universales acerca de la conducta humana puedan ser cuestionados y descentrados, para que podamos unirlos a sus contextos de producción y considerarlos como una posibilidad más entre muchas otras. En ese sentido, la Posmodernidad nos invita a acercarnos a los pequeños relatos del mundo, a darle voz a las personas, permitiendo que sean ellas y no las teorías o los modelos o las tablas de desarrollo, las que nos cuenten lo que hay que saber de esta vida humana, para conocer las particularidades y los detalles que la hacen única, para entender dónde está lo que importa, la estética en lo que está ocurriendo y conversar acerca y de lo que podría ocurrir.

Otra de las grandes aportaciones de la mirada posmoderna a la ética en terapia, es que nos permite colaborar, construir en nuestras conversaciones, espacio para reflexiones acerca de lo bueno y lo malo, de lo correcto y lo incorrecto, no desde las alturas de los discursos moralizantes o las normas morales, o desde la terapeuta que posee conocimientos privilegiados del mundo,  o desde la jerarquía, la centralidad y por lo tanto poder, sino desde la horizontalidad, la curiosidad, el “no saber”. Desde la consciencia de que antes de terapeuta soy humana, con dudas y dilemas que tampoco están resueltos o acabados.

 

La Posmodernidad, con su postura crítica, nos invita a considerar cómo ciertos conocimientos del mundo oprimen e invisibilizan algunas realidades, mientras enaltecen otras. Mirar desde ahí nos ha permitido derribar los muros del consultorio y traer el mundo a las conversaciones terapéuticas, nos ha invitado a traer los contextos en los que las personas viven sus vidas, para mirar la intersección de las desigualdades, para considerar que la cancha no es pareja y que las conversaciones terapéuticas pueden considerarse como pequeños actos políticos. Esta sería otra de las aportaciones que más aprecio de la Posmodernidad al ejercicio ético de la profesión.

Pensar así nos permite poder preguntarnos frente a un discurso moralizante ¿en este discurso quién posee el conocimiento? ¿quiénes avalan ese conocimiento como válido? ¿quién determina qué es un conocimiento es válido y confiable mientras que otros solo son folclor o superstición? ¿quién se beneficia y a quién se margina o se silencia, si este discurso se considera válido? ¿quién sufriría y quien ganaría si consideramos esto como cierto?

Hacernos estas preguntas es estar consciente de que todo conocimiento acerca del mundo tiene consecuencias políticas y por lo tanto éticas, y que tenemos como terapeutas que rendir cuentas con respecto a las realidades que estamos ayudando a construir. El desafío está en establecer las condiciones que nos animen a criticar nuestras prácticas y a identificar el contexto de ideas en el que se sitúan y explorar la historia de estas ideas, podernos preguntar unos a otras y a nosotras mismas: ¿este conocimiento que estoy privilegiando a quién beneficia y a quién perjudica?

 

Ahora bien, en un contexto como el de México, de profundas desigualdades sociales y violencia, me parece especialmente importante poder reflexionar acerca de nuestro ejercicio profesional, a la luz de la ética y las ideas de la posmodernidad.

Me parece que, en el contexto de América Latina, estamos particularmente expuestas y expuestos a varias formas de “verdades” fundamentalistas, me refiero a las “verdades” religiosas y a las científicas, lo que hace nuestra tarea más desafiante.

Por el lado del discurso de la ciencia, el riesgo para las y los profesionistas de la salud es convertirnos en ese elemento del sistema que encarne y ejecute aquellos actos que colocan a las personas en situación de más desventaja, de más opresión, de más violencia, dándole más voz a los diagnósticos, a las estadísticas, a las tablas de desarrollo, a las teorías, a los modelos, imponiendo verdades “expertas”, donde las personas terminan siendo estudiadas, diagnosticadas, medidas, tratadas y sus voces son silenciadas o ignoradas.

Por el lado de los discursos hegemónicos venidos de la religión, podría pensar que el desafío ético sea poder mantener una postura crítica que no implique negarnos, oponernos o sumarnos a ningún discurso, sino poder cuestionar el uso que se ha hecho de estos discursos para marginar, oprimir o silenciar a las personas.

 

Al final, considero que nuestro reto es no caer en la trampa de hacer nuestro trabajo sin la participación y colaboración de las personas con las que conversamos. Cuando podemos escuchar las historias, conectarnos con las intenciones, ubicar los contextos, las interseccionalidades, los entramados de poder, entonces podemos construir junto con las personas, conversaciones que nos permitan y les permitan tomar decisiones éticas con respecto a la terapia y con respecto a sus vidas.

 

 

Referencias

Bauman, Z. (2005). Ética posmoderna. México: Siglo XXI.

Carlson, S.T. & Haire, A. (2014). Toward a theory of relational accountability: an invitational approach to living narrative ethics in couple relationships. The International Journal of Narrative Therapy and Community Work, (3), 1-16.

Kotzé, D, Myburg, J, Roux, J & Associates, (2012). Ethical ways of being. USA: Taos Institute Publications.

Linnell, S. (2004). Towards a “poethics” of therapeutic practice: extending the relationship of ethics and aesthetics in narrative therapies through a consideration of late work of Michael White. The International Journal of Narrative Therapy and Community Work, (4), 42-54.

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