| Documento colectivo (edición: Mariana Plazola; corrección editorial: María Emilia Fernández N.) |
Grupo del Diplomado de prácticas narrativas enfocadas en la prevención y atención de la violencia de género (Guadalajara, Jalisco; sesión en línea); 17 de abril de 2020.
El año 2020 quedará para la historia mundial como el año de la pandemia del COVID 19. El mundo ha tenido muchas pandemias antes, que han mermado y conmocionado países y regiones enteras, pero quizá ninguna había afectado antes de forma contundente a todos los continentes a la vez. Por todo el planeta, a través de los medios y las redes sociales, compartimos historias de preocupación, miedo, dolor, lucha, medidas de precaución, distancia social, confinamiento. Pero compartimos también historias de resistencia, de aprendizaje; de cuestionamiento a los modos de vida conocidos, a los juicios que pretenden uniformar las conductas y respuestas; al privilegio y a los estereotipos de lo normal, lo anormal, lo posible y lo establecido.
En México, las medidas de precaución y confinamiento iniciaron desde mediados del mes de marzo, ante la detección de los primeros casos de contagio. Todas las escuelas cerraron por indicación oficial y millones de personas, aquellas que por situación laboral y de vida se lo pueden permitir, hemos permanecido en nuestras casas de manera voluntaria, ante las recomendaciones de las autoridades de salud. Hasta el día de publicación de este artículo, se tiene como fecha recomendada de confinamiento el 30 de mayo, y todas las empresas no esenciales han sido obligadas a cerrar sus actividades.
En nuestro grupo, hemos realizado diferentes conversaciones virtuales con grupos de terapeutas, con alumnas y alumnos de los diplomados y con las personas que nos consultan, en las que hemos abordado el tema de cómo nos afecta la contingencia ante la pandemia y cómo hemos respondido para salir adelante. En muchas de estas conversaciones hemos realizado documentos colectivos que recopilan las experiencias de cada grupo. Hemos seleccionado como ejemplo uno de estos documentos, en el que se describe claramente lo que muchas personas hemos estado viviendo en este momento inédito de nuestra historia.
Este ha sido un proceso extraño y chocante, que llegó de golpe y trajo consigo días confusos. No sabemos bien cómo sentirnos; estamos perdiendo el gusto por dormir y sentimos muchísima ansiedad. Son días en los que han coincidido múltiples historias: vemos cómo se acaban muchas cosas, se postergan o cambian otras, y sentimos miedo de lo que traemos dentro. Muchas compartimos la ansiedad y el estrés, la falta de motivación, el cansancio de hacer los quehaceres de la casa, hacer dieta y hacer ejercicio. Nos sentimos bombardeadas y estancadas. Notamos que nos cuesta trabajo parar y además nos sentimos culpables por hacerlo; estamos teniendo momentos críticos, enfrentándonos a nosotras mismas y dándonos cuenta de que esta situación no está tan kawai. La hemos pasado llorando y fluctuando mucho, con incertidumbre y miedo a la post-cuarentena, renegando con algunas clases y reprogramando vacaciones familiares. Recordamos pérdidas anteriores de seres queridos y tenemos miedo de que les pase algo a nuestros abuelitos. Nos sentimos expuestas y con extrañeza ante este bicho raro, el coronavirus.
También nos estamos replanteando nuestro rumbo, ¿para dónde íbamos? Estamos repensando nuestro ritmo y nuestros procesos personales, rescatando las cosas positivas de las rutinas anteriores, manteniendo lo que sí nos gustaba y quitando lo que ya no nos sirve. Algunas de nosotras estamos tomando este periodo de pausa para conectar con nosotras mismas. A veces vemos Malcolm el de en medio, o hablamos por teléfono con amigos y amigas mientras trabajamos desde casa. Otras acabamos de renunciar a nuestro trabajo. Estamos aceptando que no es un periodo precisamente de crecimiento, y que toca habitarnos a nosotras mismas; estamos teniendo duelos “exprés”, viendo una nueva realidad, recordando que hemos salido de otros momentos difíciles. Buscamos que esta pausa impuesta valga la pena, conversando acerca de lo que estamos sintiendo, sacando lo que tenemos que sacar.
A muchas la situación actual nos ha llevado a establecer nuevas rutinas, a dibujar mucho y pintar con acuarela, haciendo espacios para nosotras mismas. Nos asombra el tiempo que pasamos con papá, organizándonos con amigos, encerrándonos para cuidarnos entre todas y cuidarnos a nosotras mismas. Algunas estamos reconectando con el barro para obtener momentos de paz, y otras peleamos mucho con la voz que dice “debo ser productiva”, así que buscamos cosas chistosas, leemos, vemos series y hacemos toda clase de cosas.
La mayoría de nosotras enfrentamos un reto económico, pero también el desafío del cansancio y el trauma colectivo. Algunas resistimos la tentación de comernos la cajeta del refri, o de visitar al nuevo bebé. Otras nos empeñamos en no quedarnos sin ingresos. Nos enfrentamos al habernos quedado justo en medio de un proceso difícil, y buscamos otras posibilidades y formas de organizarnos con nuestros hermanos, cancelando, posponiendo y viendo qué va a pasar con todo lo que teníamos planeado. Hemos lidiado con la incertidumbre y estamos soltando el control; notamos que a veces la ansiedad es demasiada, pero que por suerte tenemos mucho tiempo para acariciar, abrazar y dormir con nuestras mascotas.
Nos concentramos en el hoy, en priorizar la salud, las personas y la vida. ¡Al diablo lo que pase después! Somos conscientes de que tenemos que disfrutar, aprendiendo a pedir ayuda a quienes nos pueden echar la mano, aunque a veces no sepamos a quién buscar, porque todos estamos lidiando con los mismos fantasmas. Buscamos usar el humor y apoyarnos en la comunicación con la familia, siendo pacientes especialmente con nuestros papás. Estamos en contacto con nuestro cuerpo y aprovechamos nuestra capacidad para adaptarnos, sin dejar que nuestra mente vuele demasiado lejos para poder ir un día a la vez. Aprendemos a convivir con estas emociones, hacemos yoga, aceptamos que ahorita no podemos dar a los demás y nos reconciliamos con darnos hacia adentro. Evitamos los gastos y convivimos con la ansiedad en este nuevo territorio, tratando de no dejar la resistencia y el amor para después.
Nos vienen muchas imágenes a la mente, como el estar recibiendo la cinta negra con una puesta de sol chingona; la imagen de La Piedad de Cristo; un naufragio en medio del mar en un botecillo; una bola de pelos de perro a la deriva; el mar a veces tranquilo a veces con mucho oleaje. Vemos un tornado y no sabemos qué daños va a dejar a su paso, pero sabemos que todo lo que se lleve será restaurado. Imaginamos un ojo de agua o lago en quietud, navegando ahí en medio de la nada; una explanada amplia con un espejo muy, muy grande, que da la sensación de que no hay dónde ocultarse. Sentimos que estamos en medio de Mad Max – cada quién haciendo lo que puede para sobrevivir. Escuchamos voces que a veces son internas y a veces externas. La imagen que llega es la de una flor que rompe el pavimento; una casa en medio del desierto. Evocamos un primer viaje en senderismo, racionando la comida y al pendiente de lo que cargamos en la mochila, con cuestas pesadas, pero disfrutando del paisaje. Nos imaginamos como unos ojos y unos oídos bien abiertos. Vemos un hombre acostado, con imágenes proyectadas en el cuerpo. En fin, nos miramos unas a otras y a nuestras historias como un gran collage. Todo esto nos trae la pandemia.
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