UNA TERAPIA CON EL MODELO DE PRÁCTICAS NARRATIVAS
| Por Ángeles Díaz Rubín (Cuqui Toledo) |
Como otros años en estas fechas, Cuqui Toledo nos comparte un escrito en homenaje a los seres queridos difuntos. Esta vez nos relata una experiencia entrañable que le ha acompañado desde hacia varios años con un niño muy especial.
Tengo la costumbre de escribir algo de mi trabajo cuando se acerca nuestra mexicana y tradicional Celebración de Día de Muertos el 2 de noviembre. Para mí es importante como una forma de honrar las enseñanzas que recibí de Michael White.
Cada año pensaba en escribir este caso, pero no podía: lloraba demasiado. Este año de pandemia, y al haber “renacido” después de mi gravedad por Covid 19, me pongo a escribir porque no quiero que esta maravillosa historia quede sin documentarse.
Antes de narrar el proceso de la terapia he de decirles que en aquella época estaba impactada porque en mi reciente viaje a Australia, en Dulwich Centre, Adelaide, había visto la forma de trabajo con niños que hacía Michael White, algo que no tenía nada que ver con lo que yo había aprendido en la universidad. Nada de pruebas psicométricas ni interpretaciones de dibujos: Michael jugaba con los niños. En un video que nos enseñó, se caía de la silla y se tiraba al suelo por el susto cuando el niño aparecía disfrazado de tigre. Michael le había dicho que tenía que aprender a comer como lo hacía su mascota, un tigre de peluche fuerte y saludable. Y el niño empezó a comer sin problema. En esta forma de trabajo, nos decía, no había que etiquetar a los niños como pacientes que necesitaban terapia.
Aunque había sacado 10 en las asignaturas universitarias, me parecía más acorde esta enseñanza a lo que yo quería hacer como terapeuta.
Ahora sí, la historia.
Las fechas de cuándo conocí a Erick ya se me confundieron, pero debe haber sido hace más de 15 años, cuando trabajaba en el Colegio Claudina Thevenet, una escuela para niñas en la Colonia Américas. Una de las profesoras me pidió atender al hijo de su hermana; que lo habían mandado a terapia porque “estaba estresado”.
Vinieron la mamá y el hijo, un simpático niño de 6 años que casi no podía mover la cabeza; el cuello y los hombros estaban duros, como de concreto. La mamá me dijo que el médico pediatra le había recetado Prozac porque “estaba estresado”. Por supuesto que yo no estaba de acuerdo con tal medicación, pero no dije nada (yo no soy médico, así que no dije lo que pensaba); solamente le pregunté dónde brincaba y corría el niño, a lo que ella me contestó que ni brincaba ni corría porque era hijo único y que ella, madre soltera y el niño, vivían con los abuelos en una casa pequeña. Le dije que tenía que llevar al niño todos los días a la 3ª. sección de Chapultepec que estaba cerca de su casa, para que el niño usara los columpios y demás juegos, que corriera y se moviera.
Me quedé preocupada. Pensar en el medicamento me daba vueltas la cabeza, así que me comuniqué con mi primo que es un prestigiado pediatra y le pregunté si estaba bien el medicamento. Enseguida me dijo: “Dile a la mamá que tire el Prozac a la basura y se lo lleve a los columpios del parque.” Me sentí muy aliviada.
A la siguiente semana, el niño llegó muy mejorado y todos estábamos muy contentos; pero ocho días después llegó muy malito, casi no se podía mover. Acordé con la mamá que consultaría otro médico. El médico que consultó le mandó sacar una radiografía y otros estudios. Resultó que tenía un tumor canceroso inoperable por estar enraizado en la parte superior de la columna. El niño fue internado en lo que ahora es el Centro Médico Siglo XXI.
¡Cómo lloramos con tan triste noticia! Tuve que armarme de valor para visitarlo en el hospital.
Le dio mucho gusto verme y la mamá salió de la sala para que le hiciera la visita porque solamente se permitía la presencia de una persona. Pregunté a Erick si se asustaba cuando lo metían a esos grandes aparatos y me dijo que sí, que se asustaba mucho porque a su mamá no la dejaban acompañarlo, él tenía que entrar solito. Y se me ocurrió darle un consejo de algo que a mí me había servido; le dije que quizá a él le podría servir también si se inventaba una historia. Le conté que a mi me daba mucho miedo ir al dentista y que me habían tenido que quitar todos los dientes porque se me habían aflojado (no le dije por qué, porque no venía al caso, pero fue por la angustia que yo tenía de que a mi hijo le diagnosticaron sida, que en esos tiempos era irremediable, y, en efecto, al año y medio murió). Le conté que yo llegué al dentista, me senté en la silla especial, cerré los ojos y me fui con mi imaginación a Acapulco. Como si fuera una película, me fui a nadar y a jugar con la arena mientras que por tres horas me sacaron los dientes. Erick estaba muy serio escuchando y me di cuenta que me veía la boca. ¡Claro! ¡Me veía los dientes! Entonces me saqué la placa y se la enseñé. Erick no paraba de reír y yo feliz de verlo (al mimo tiempo pensaba: Mira nada más, tanto estudiar para acabar haciendo terapia con mis dientes postizos).
La mamá desde la sala de espera sonreía al ver a su hijo reír. Luego, ella me contó que en la noche Erick se echaba de carcajadas y le decía a su mamá que se reía al acordarse de lo chistosa que se veía Cuqui sin dientes. Muchas veces cuando estoy lavando mi dentadura me acuerdo de cómo se reía Erick y siento mucha satisfacción, pues pude hacerlo reír en medio de la tristeza por estar hospitalizado.
En la siguiente visita al hospital lo primero que le pregunté fue cómo le había ido con el miedo:
Erick: Controlado, me voy de astronauta en mi nave espacial que son los aparatos.
Cuqui: ¡¡¡Wuau!!! ¿Y llevas traje espacial?
Erick: ¡Claro!
Cuqui: ¿De qué color es?
Erick: Plateado
Cuqui: ¿Llevas casco y botas espaciales?
Erick: ¡Por supuesto!
Y así seguimos conversando durante la visita. Salí feliz y seguí repasando la conversación durante el día.
Lo siguiente fue contarle que mi perro Tacho, un perro muy inteligente. Escuchó que yo contaba la historia de Erick como el primer niño astronauta mexicano y Tacho quiso aprender a ser astronauta, ¡qué mejor que aprender del gran maestro Erick! Como Tacho es un perro muy especial, puede hacerse invisible, así que en la siguiente visita al hospital vino conmigo para quedarse con Erick, que era el único que podía verlo. La mamá de Erick me contaba que un día esperando a la tía que era el relevo para no dejar sólo al niño, se le hacía tarde. Erick muy tranquilo le dijo: “Vete mamá, al fin que aquí esta Tacho que me cuida”.
Una amiga muy buena dibujante me hizo el cuento ilustrado de Tacho aprendiendo de Erick a ser un perro astronauta que resultó el cuento favorito de Erick: siempre lo llevaba en sus múltiples hospitalizaciones y lo compartía con sus compañeritos de sala. Les decía que era su perro y que yo le cuidaba, como él y yo habíamos acordado.
Erick tuvo una mejoría, pensamos que ya la había librado. Llegó el día de su cumpleaños y lo festejamos en la 3ª Sección de Chapultepec. Había globos, piñata, regalos, comida, pastel, familiares y amigos, personal del hospital; pero cuando llegué con Tacho, a Erick ya no le importó todo lo demás. Corrían y corrían los dos, parecía que Tacho también estaba muy contento con su amigo.
Erick fue un ejemplo siempre en donde estuvo, sus compañeros de escuela lo querían tanto y lo trataban con familiaridad y respeto, nunca lo trataron como un niño enfermo. Cuando Erick tenía oportunidad de asistir a la escuela, aprendía en un mes todo lo que los compañeros habían aprendido en el año. En el hospital siempre compartía con sus compañeros de sala las enseñanzas que, según les decía, había aprendido de su psicóloga y de Tacho. Erick era un gran terapeuta.
Festejamos varios cumpleaños en esos 5 años en los que Erick lidió con la enfermedad. En el último cumpleaños ya no podía correr con Tacho, pero Tacho tampoco quería correr y se quedó junto a Erick toda la fiesta.
Tuvo muchos ingresos al hospital. Una de las veces le mandé a hacer un traje de astronauta y llegó vestido con su traje sintiéndose muy orgulloso. Nunca perdía la sonrisa.
La última vez que visité a Erick en su casa se disculpó por no poder platicar conmigo. Acostado, respiraba con oxígeno; estaba muy flaquito y con los ojos cerrados…
A los pocos días murió.
El entierro es una de los grandes acontecimientos de mi vida, que tengo en mis recuerdos, y me sigue emocionando. Salimos una gran caravana caminando desde la casa hasta el Panteón Civil, situado a unas cuantas cuadras de ahí. La Pandilla de Los Panchitos, unos adolescentes muy bravos de la Colonia Américas, encabezaban la procesión en sus motos, uniformados con sus camisetas con la fotografía de Erick impresa. El ataúd blanco que llevaba el cuerpo de Erick lo cargaban entre varios familiares. Luego caminamos su mamá, familiares y muchos amigos y vecinos que admiramos y quisimos a Erick, entre los que, por supuesto estaba presente Tacho (yo había conseguido que me permitieran que entrara al panteón). Y así lo acompañamos en su entierro con tristeza, admiración y con el aprendizaje que nos dejó.
Al año tuvimos otra gran fiesta para inaugurar la tumba ya terminada, que no le faltaba detalle y reflejaba lo que Erick nos había enseñado: mucha alegría. Me río de acordarme de la cara de sorpresa de mi esposo cuando le dije un domingo, que me iba a comer al panteón con mi hija Pati y con Tacho, ¡no lo podía creer! Y sí, junto a la tumba se prendió el carbón en el asador y comimos deliciosos tacos de carne, arroz, frijoles, guacamole y otras salsas. También hubo pastel y música en vivo de guitarra. Recuerdo a un niño que no soltaba un palo, seguro que de un momento a otro llegaría la piñata. Todos muy contentos festejamos la vida de Erick.
Creo que esta historia refleja lo que son las Prácticas Terapéuticas Narrativas. Y como también le aprendí a Michael White, y siguiendo también lo que David Epston me enseñó, termino este relato con la pregunta: “¿Qué dirían (dicen, digo yo) Erick y Tacho, hoy?” Seguramente dirían: “Nosotros siempre supimos que algún día lograrías escribirlo”. Y con los ojos llorosos por la emoción, volteo a ver la foto de Michael que tengo aquí en mi salita de mi casita encantada. Michael está sonriendo, él también está contento de que por fin lo logré. ¡Ya está documentado!
¡¡¡ARRIBA Y ADELANTE!!!
Con cariño, Cuqui Toledo.
Susana
Cómo te quiero Cuqui!! Por tus historias, tus enseñanzas…y ahora mucho más por dejarlas documentadas!!!!